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 "Cuando amanezca, descubriremos otra ciudad."
por Oscar Barrionuevo

“La metáfora de la resignación, la esperanza y los orgullos que
dan escalofríos en una crónica de Carlos Monsiváis”

En este trabajo abordaré aspectos de la crónica urbana de Carlos Monsivais,
centrando el análisis en “La hora de la identidad acumulativa, ¿Qué fotos
tomaría usted en la ciudad interminable?”, crónica que forma parte de su libro
Los rituales del caos. Tomo como punto de partida y disparador para
reflexionar, algunos interrogantes extraídos del artículo El rol de la crónica en
América Latina, escrito por Julián Gorodischer:
“¿Qué, cómo, sobre qué y de qué manera escribir en el campo de la narrativa
de realidad para sintonizar con las ciudades desmembradas, la exclusión y la
miseria, la concentración de poder pero también los nuevos flujos migratorios,
(…), la explosión de expresiones culturales y la privatización de los recursos
naturales que caracterizan al siglo latinoamericano?”
En este sentido reflexiono sobre las acepciones del vocablo crónica. En
el plano de la escritura una se concentra en ubicarla como una historia que se
observa en el orden de los tiempos. En una segunda representación podemos
hablar de un artículo periodístico sobre temas de actualidad.
La característica de la crónica que analizaré cobra relevancia en la
construcción contrapuesta y crítica del espacio público retratado por la mirada
del autor.

Esta escritura es posible porque, como lo señala Carmen Perilli en su trabajo
“Ojos de mujer en la crónica urbana” (2011), “la crónica, ‘ese ornitorrinco de
la prosa’, es uno de los dispositivos predilectos en la figuración de nuestras
fragmentadas y fragmentarias cartografías urbanas latinoamericanas”.
Esta mutabilidad permite a la crónica, en el plano de su escritura, nutrirse de
otros “rasgos”, construir simbólicamente “el espacio urbano”, su cotidianeidad
en un escenario de multitud y apropiarse de la mirada testigo.
A partir de la imagen de multitud analizaremos el trabajo de Carlos
Monsiváis, reflexionando sobre las imágenes contrapuestas del inventario de
sujetos que retrata y habitan simbólicamente en el universo descripto: lo
visual, lo íntimo, la multitud, la economía, el humor colectivo, el centralismo,
lo híbrido, lo identitario, la desigualdad, el lenguaje.
Para entender este concepto de “identidades acumulativas” y de fotografías
desmembradas de una sociedad, pienso en la visión ideológica de quién
describe, mira, testimonia e involucra “su tono subjetivo y parcial”.
Sumo a este análisis la información de que el autor que estudio escribe desde
una posición política militante y comprometida que lo lleva a dar cuenta de los
fenómenos culturales y sociales contrapuestos a lo establecido.
En la escritura de Monsiváis, en su mirada aguda, se puede descubrir rasgos
periodísticos y literarios como también lo afirma María Ángeles Cifuentes (
2009).
¿Cómo se representan estas ideas de desenvolvimiento, transformaciones y
cotidianeidad en la crónica que analizo?

En primer lugar, me propongo pensar un escenario encerrado en una
megalópolis, el Distrito Federal de México; localizado en un tránsito temporal
de fines del siglo XX y comienzo del XXI. Espacio urbano en el cual los
medios de masivos de comunicación juegan un papel preponderante.
Cuando el autor interpela sobre qué foto tomaría Ud. en “la ciudad
interminable”, despliega su abanico de alternativas y descripciones partiendo

desde el terreno de lo visual. Asevera, luego, que pensar en lo visual
representa “la mucha gente”, una ciudad que desaparece, que se invisibiliza
detrás de una muralla humana. Vuelve con recurrencia la representación de la
ciudad que no termina. ¿Qué es lo que admite afirmar que una ciudad pueda
ser descripta como interminable? Podríamos reforzar nuestro interrogante ¿A
partir de dónde comienza otra escenografía de esa ciudad en este relato?
Monsiváis sugiere en su texto que se visibiliza cuando amanece y permite la
perspectiva de “gozar el poderío estético de muros y plazuelas, redescubrir la
perfección del aislamiento”. Transfiere, al lector, la imagen de que el vacío
de la ciudad, su aspecto desolador, corre el velo al “poderío estético”. ¿Por
qué el poderío estético? Porque es el momento cuando aparece el esplendor de
la ciudad, el testimonio de los siglos, lo mágico, los murales, figurativamente,
el amanecer.
En esta descripción, testimonio cotidiano de la ciudad-multitud que es
observada, se pone de manifiesto algunos aspectos de la visión ideológica y
política que atraviesa el pensamiento de Monsiváis.
“En muchos casos el tránsito hacia la megalópolis supone la pérdida de las
memorias e identidades urbanas. La ciudad histórica territorial y la ciudad
industrial quedan subordinadas ante la fuerza de la ciudad comunicacional que
ya no reconoce la centralidad de la letra” dice Carmen Perilli (2011)
Estas pérdidas de identidades y memorias urbanas quedan sofocadas en el
clima de masa. “… la masa gigantesca-señala Michel de Certeau (2000) - se
inmoviliza bajo la mirada. Se transforma en una variedad de texturas donde
coinciden los extremos de la ambición y de la degradación”.
En el plano escriturario, “la crónica-advierte Jezreel Salazar (2005) - es un
género capaz de dejar constancia de lo ocurrido”. Me detengo en la imagen
del crecimiento continuo de una metrópolis que va transformándose en
megalópolis, en donde la convergencia de identidades se superponen y las
memorias se pierden hasta convertirse en una masa, receptáculo de los
extremos. Sin embargo la crónica, que por momentos pareciese no ser una
mirada externa sino parte involucrada, por la inmediatez de lo cotidiano, va
dejando testimonios, es decir, reformulando las memorias comunes.

Retoma para continuar la figura de lo “insoslayable” en el Distrito Federal: la
pesadilla, la multitud que es rodeada por otra multitud. Desliza un dejo de
humanización de la ciudad cuando la piensa concesiva y le cede a esa gran
marea atrincherada un mínimo de espacio.
Aquí surge “la licencia poética”, la metáfora, la que sublima la esperanza de lo
íntimo. ¿Es posible pensar en lo íntimo?
Monsivais involucra en el relato dos figuras contrapuestas, reposo y
torbellino, las dos resultantes de una misma causa: el tumulto. Nos detenemos,
en el papel que juegan los medios de comunicación. La radio, por ejemplo,
que introduce la idea de horizonte. Este espacio de la construcción de la vida
urbana es desarrollado y lo podemos ver en la película “Vivir mata”, escrita
por Juan Villoro.
Las imágenes
Monsiváis tensa su lenguaje descriptivo y nos introduce en escenarios
delimitados: la multitud en el metro, en el Estadio de Ciudad Universitaria.
Estos resultan, por momentos, asfixiantes a la experiencia de quien realiza la
lectura. La superposición de imágenes, el dinamismo que cobra la escritura,
termina situando al lector como un protagonista más del alocado espacio
urbano.
Los sujetos sociales son descriptos como supervivientes, autónomos, que
ejercen una economía subterránea: la venta en las veredas, en las esquinas de
los semáforos ofreciendo las más variadas mercaderías. En esta atmósfera
vuelve a aparecer el discurso crítico e irónico del autor. Señala un paralelo
extremo entre la actividad del hombre lanzallamas, del malabarista y la
escena, que de tanta “indefensión”, pueda resultar “artística”.
“Para Monsiváis se trata más bien de la coexistencia de lo global y lo local, de
lo popular y lo exclusivo, de lo tradicional y lo moderno”, señala en su estudio
Cifuentes (2009)
Los individuos a quienes define, pertenecen a una sociedad diversa pero que
no son tratados, a través del examen del autor, como sujetos antagónicos.

El humor, producto de las características de la fauna urbana, aparece como
resultado de la mirada de un espectador que asiste al “juicio final”, como si
vivir así fuese parte de un castigo o al menos un enjuiciamiento celestial:
“¡qué horror tres horas en mi automóvil para recorrer tres kilómetros!”; “¿Ya
oíste hablar de los que caen desmayados por la contaminación?”
Volvemos a la idea que desarrolla Monsiváis de pensar lo contrapuesto:
reposo y torbellino. En la película “Vivir Mata” (2001) podemos encontrar
esta misma mirada. Se trata de un relato de amor, en donde unos de los
personajes, cuenta la historia en una ruta del Distrito Federal a bordo de un
auto que debido al tránsito avanza lentamente. En esta película podemos
descubrir ciertos parecidos de las “fotografías” descriptas por Monsiváis en
“La hora de la identidad acumulativa”. Por ejemplo, los sujetos sociales que
en la carretera venden comida, los mimos que piden una moneda, los que
quieren limpiar los vidrios, la prostitución expuesta a la orilla de la ruta.
El caos invade el clima de lo descripto. Pero lo simbólico del centralismo y
sus ventajas, pone otra mirada en estos retratos.
El centralismo aparece como una ventaja, como la concentración de poder. A
la vez, ese amontonamiento “va matando las tradiciones”. En consecuencia es
el responsable de la ausencia de los valores democráticos y el individualismo
creciente. Estos síntomas son marcados por el autor.
Aparece otro planteo: quedarse o partir. Quedarse en el tumulto de la ciudad
es convivir con la contaminación y la violencia. Irse es alejarse de las
“ventajas formativas e informativas”. Solo sostiene la razón de la permanencia
el sentir que “lo peor nunca llega”.
Cuando se refiere a los escritores, los presenta como incrédulos. Cita la
reflexión de unos personajes de Carlos Fuentes: “Le daba vergüenza que un
país de iglesias y pirámides edificadas para la eternidad acabara
conformándose con la ciudad de cartón, caliche y caca: Lo encajaron, lo
sofocaron, le quitaron el sol y el aire, los ojos y el olfato”.
Este aspecto ecológico que subraya de la “fiesta de la catástrofe”, lo vincula
como el resultado de la irresponsabilidad, la resignación y la esperanza. La
contraposición de la idea de fiesta y catástrofe sacude la reflexión del lector.

Monsiváis continúa con sus observaciones de la psicología colectiva e invita a
pensar en una ciudad en donde “lo peor ya ha pasado”. Transmite el
sentimiento de odio y amor que siente el que habita esa centralidad, sin poder
respirar, contaminado, sin fronteras. Pero, que a la vez, no quiere irse.
Impacta lo simbólico del espacio urbano: un cuarto de una casa de familia. En
él caben “familias enteras”, en donde nacen hijos, nietos, llegan compadres y
esa misma habitación se agranda hasta contenerlos a todos. Esta imagen es el
torbellino y la inmovilidad, sin horizontes, con una lengua que se va
empobreciendo. Lo mismo sucede en las autopistas que son el testimonio de la
concentración de “todos los autos del planeta” pero que no se mueven. ¡Qué
crudos parecidos entre un cuarto de la casa familiar y el Distrito Federal al que
migran diariamente!
El deseo de permanecer en la megalópolis, sus encantos y sus desastres
terminan profundizando el arraigo. Monsiváis deja escapar la hipótesis de que
se trata de una ciudad que es víctima de su desmesura. En la cronística de este
autor se trasluce la sensación de lo inevitable, de lo que no se puede detener:
el crecimiento demográfico.
Cuando hace mención a la élite, la muestra como un sector social que tiene
“su desprecio por el mar de semblantes cobrizos, por invasores ocasionales de
tu panorama visual”. Las élites se refugian en sus barrios privados, resignadas
también, “da por concluida su libre disfrutes de las ciudades.
Sin embargo, con la característica de inmediatez que tiene la crónica, deja
constancia de los orgullos que “dan escalofríos”. Tanto los sujetos sociales
emergentes, como los que buscan refugiarse en lo íntimo de su oficina, el que
viaja en el metro, el que se resigna a estar inmovilizado en una autopista e
incluso las élites, están atravesados por un nacionalismo que quizás en el
sentimiento los iguala: “México es la ciudad en donde lo invivible tiene sus
compensaciones, la primera de ellas el nuevo status de la sobrevivencia”.

Carlos Monsiváis en su crónica “La hora de la identidad acumulativa,
¿Qué foto tomaría Ud. en la ciudad interminable?” del libro Los rituales del
caos, comparte un panorama desolador, resignado. Su escritura es la entrega

de un diagnóstico apocalíptico en donde identidades y memorias se esfuman
con lo inevitable del crecimiento demográfico. Con su tono irónico desliza
una fuerte crítica al gobierno. La migración al Distrito Federal es producto de
la pobreza de las zonas rurales, asoladas por muchos males. Pero debemos
señalar que en la crónica urbana de Monsivais, el tema al que hacemos
referencia tiene otra cara por la fuerza de su escritura. El autor de este trabajo
no discrimina, sólo hace una advertencia. Para ello recurre a la teoría de la
identidad acumulativa y de la ciudad interminable.
Ante esta sofocante atmósfera de tumulto, el lector se pregunta ¿Cuál es el
tamaño de la soledad?


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